Lola, entre sombras y dolores.
Mi nombre es Lola y he aprendido a vivir entre sombras y dolores. No siempre fue así, pero la fibromialgia se apoderó de mi vida como una tormenta silenciosa. Aunque no es visible, sus estragos son reales, y hoy quiero compartir mi experiencia, porque a veces parece que soy la única que puede ver mi lucha. Todo comenzó hace unos años, cuando los dolores se convirtieron en mi compañía constante. Me despertaba cada mañana sintiendo que mi cuerpo había sido atacado por una banda de furiosos guerreros invisibles. Mis músculos se retorcían en agonía, y mis huesos parecían hechos de cristal frágil. Sin embargo, la verdadera batalla estaba en mi interior, donde la fatiga se apoderaba de cada fibra de mi ser.
La gente a mi alrededor no entendía. «Lola, ¿por qué siempre te quejas? Todos tenemos dolores», decían con tono despectivo, como si mi sufrimiento fuera un capricho, una elección de la que disfrutaba. Pero lo que no veían, lo que no entendían, era que estos dolores no eran visitantes ocasionales, sino inquilinos permanentes en mi cuerpo. Cada día se convertía en un desafío. Las tareas más simples, como levantarme de la cama o sostener una taza de café, se volvían actos heroicos. A menudo, me encontraba mirando al espejo,
preguntándome si alguna vez recuperaría la vida que solía tener. La incertidumbre se apoderó de mis días, y la esperanza a veces se desvanecía como una vela en un día ventoso.

Mi vida social también sufrió. Las amistades que antes florecían como jardines coloridos se marchitaron. La gente me veía ausente en eventos, y pronto las invitaciones cesaron. Aquellos que no podían ver mis batallas internas simplemente asumían que estaba exagerando, que mis excusas eran una mera cortina para ocultar mi desinterés. La fibromialgia me enseñó a entender la soledad de una manera que nunca imaginé. No es fácil explicar cómo es vivir con una enfermedad que no puedes mostrar, una enfermedad que a menudo es malinterpretada y menospreciada. Los médicos se rascaban la cabeza, los amigos dudaban de mi sinceridad, y mi familia, aunque comprensiva, a veces parecía perder la paciencia.
En medio de la oscuridad, encontré pequeños destellos de luz. Comunidades en línea donde personas como yo compartían sus historias y se apoyaban mutuamente. Allí descubrí que no estaba sola, que había otros luchando batallas similares en la sombra. Nos convertimos en una red invisible de almas conectadas por el dolor, la empatía y la comprensión. A medida que el tiempo pasaba, también aprendí a ser mi propia defensora. A educar a aquellos que no entendían y a ignorar los juicios de aquellos que no caminaban en mis zapatos invisibles. Descubrí que mi valía no estaba determinada por la productividad o por cumplir con las expectativas de los demás, sino por mi resistencia y mi capacidad para encontrar alegría en las pequeñas cosas.

Hoy, mientras escribo estas líneas, quiero que el mundo conozca mi historia. Quiero que entiendan que la fibromialgia no es un capricho, ni una queja sin fundamento. Es una batalla diaria, una lucha constante que solo aquellos que la padecen pueden entender verdaderamente. Así que, la próxima vez que veas a alguien que parece saludable por fuera, recuerda que las apariencias engañan y que, a veces, la verdadera fuerza reside en aquellos que enfrentan tormentas invisibles con una sonrisa en el rostro. En mi viaje, descubrí el poder de la autocompasión. Aceptar que está bien no estar bien todo el tiempo fue liberador. Aprendí a apreciar los días buenos y a permitirme descansar en los días difíciles. Mi cuerpo se convirtió en mi maestro, enseñándome paciencia y recordándome que la vida es un viaje, no una carrera.
A pesar de los desafíos, encontré formas de incorporar la alegría a mi vida. Las pequeñas victorias se volvieron monumentales: caminar sin dolor durante unos minutos extra, disfrutar de una tarde tranquila sin la constante compañía de la fatiga. Estos momentos, aunque efímeros, se convirtieron en luces que iluminaban mi camino en la oscuridad. La comprensión de mi situación también me llevó a ser más compasiva con los demás. Comencé a ver más allá de las apariencias, entendiendo que cada persona tiene su propia batalla interna, sus propios dolores invisibles. Al abrir mi corazón a la empatía, descubrí una conexión más profunda con aquellos que, de alguna manera, también se sentían invisibles en sus luchas personales.

Hoy, mientras reflexiono sobre mi viaje con la fibromialgia, no puedo evitar sentir gratitud por las lecciones que me ha enseñado. Aprendí a apreciar la vida de una manera que nunca lo habría hecho sin estos desafíos. Cada día se convirtió en una oportunidad para crecer, para encontrar belleza en la adversidad y para abrazar la fortaleza que reside en la vulnerabilidad. Así que, aunque mi enfermedad sea invisible para muchos, mi historia no lo es. Quiero que sepan que la fibromialgia no define quién soy, sino que moldea la persona resiliente que me he convertido.
En cada paso doloroso, en cada día desafiante, descubro una fortaleza que ni siquiera sabía que poseía. En la penumbra de mi existencia, encontré una luz propia, y en esa luz, aprendí a vivir, a amar y a persistir, incluso cuando el mundo insistía en que mis luchas eran invisibles, en que mis dolores eran simplemente quejas de vicio. Mi historia es un recordatorio de que la verdadera fortaleza no siempre se manifiesta en músculos visibles, sino en el coraje de enfrentar lo invisible, de vivir en la sombra y seguir adelante con esperanza.
«En la oscuridad de lo invisible, encontramos la luz de nuestra verdadera fortaleza».
A veces, las batallas más difíciles son aquellas que no pueden verse a simple vista. La empatía, la paciencia y el amor propio son las llaves que abren la puerta hacia la comprensión de las luchas invisibles que enfrentamos. En cada día de adversidad, encontramos la oportunidad de crecer, y en la aceptación de nuestras propias limitaciones, descubrimos la verdadera fuerza que reside en la vulnerabilidad. La vida no siempre es fácil, pero en la oscuridad de lo invisible, podemos encontrar la luz para seguir adelante.
Y recuerden que… la discapacidad nos la imponen, la capacidad la tenemos.